Artículos

Hablemos del corazón con corazón

"Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quién elige el camino del corazón no se equivoca nunca”.

—Popol Vuh

Te propongo una pequeña práctica para que la realices antes de entrar en el tema que vamos compartir. Cierra tus ojos, pon tus manos en el centro del pecho y comienza a centrar tu atención en la respiración que está sucediendo de la zona cubierta por tus manos. Permanece así por el tiempo que necesites para conectarte con cómo se siente emocionalmente esa zona.

flor-púrpura-de-dalia

El corazón es un órgano del cuerpo, pero representa mucho más que eso. Decimos: “me rompieron el corazón”, si alguien nos desilusiona o defrauda. O “me duele… se me cierra… me sangra el corazón”, cuando nos hieren. El lenguaje que usamos para hablar de las emociones está colmado de alusiones a la palabra corazón, revelando que contenemos, en nosotros, una profundidad inmensa que puede permanecer cerrada o fuera de nuestra vista.

El corazón representa lo más bello que nos sucede, la sensibilidad más exquisita, el espacio en el que sentimos el dolor y el amor verdaderos. Todos podemos percibirlo en la quietud, en el silencio. El corazón habla cuando hay una presencia simple y abierta, espaciosa y libre, vacía de pensamientos y creencias que pasan por la superficie como nubes que no tienen poder de adherencia, solidez o peso. Es el constante recordatorio y la prueba irrefutable de que en cada uno de nosotros moran la bondad, la gratitud y la compasión junto con la plena aceptación de la vida con todas sus experiencias. Como lo describió John Crisóstomo, un maestro cristiano del siglo sexto: “el corazón es el conocimiento impregnado de amor".

Pero entonces, si el corazón es el espacio de la verdad de lo que nos sucede, el lugar en el que se junta todo lo que somos y en donde todo cobra sentido... ¿Por qué lo cerramos? ¿Por qué optamos por vivir vidas a medias cuando podemos hacerlo desde una riqueza inimaginable?

Vivimos navegando en un constante movimiento de experiencias agradables, neutras o difíciles de atravesar. El problema es que hemos sido educados en apegarnos a lo agradable, en temer al dolor y en no saber confiar que las emociones más intensas puede ser la llave que abra la luz y la paz. Como tememos y huimos del dolor, nos cerramos a él con el único objetivo de defendernos de lo que consideramos dañino.

Sabiéndolo o no, el camino del corazón parece inmaterial, abstracto y difícil de reconocer, pero es lo que hemos estamos buscando constantemente y es ciertamente el no encontrarlo lo que más nos hace sufrir. Incluso quienes parecen imperturbables e insensibles, aquellos a los que parece no importarles ya nada de lo que les sucede, tapan sus sentimientos sin darse cuenta que se han cerrado para no sentir el dolor. El precio es demasiado alto porque implica perder la propia esencia y vivir enajenados de sí.

En el preciso momento en el que cerramos el corazón, comienza el autoengaño. El intento de ser personas que no somos, los ocultamientos y sus consecuentes culpas y vergüenzas. ¡Qué tensión más enorme! Vivir intentando ser quienes no somos y negando ser lo que somos.

Para sanarnos necesitamos ir hacia nuestra más profunda intimidad, ahí a donde sabemos cuánto nos duelen nuestras heridas, ahí a donde lloramos los desprecios sufridos, la falta de amor y el consecuente auto desprecio... ¿Cómo puede sentirse libre y en paz alguien que no haya abierto sus heridas para curarlas?

“La herida es el lugar por donde entra la luz”, dijo el gran poeta Rumi de manera muy lúcida. ¡Tanta razón tenía! La oscuridad es el opuesto complementario de la luz y no su enemigo más cruel.

Convengamos, también, que no siempre es fácil desear vivir desde el corazón en un mundo tan convulsionado. De a momentos puede parecer inútil, una tarea quijotesca, y puede sonarnos a debilidad o a empalagoso, demasiado esperanzado, o hasta peligroso, porque si nos abrimos el peligro que acecha nos puede tocar. Abrirse a la experiencia de la vida no es fácil ni para los que se han cerrado para protegerse, ni para quienes quieren seguir abiertos pero no saben cómo procesar lo que sienten bajo el temor de flaquear en el intento. Personalmente, creo que implica más dolor el cerrarse que el aceptar lo que sucede y transitarlo.

Creo que es más sanador dejar que el corazón se agriete hasta abrirse que dejarlo encapsulado y extraviado. Pero no son muchos los que se atreven a “romperse” porque creen que no se van a volver a construir. En cambio, los que lo hacen atraviesan la experiencia de que “de lo roto nace lo nuevo” y que el escuchar las emociones más difíciles lleva a la paz ganada y auténtica. Y comprenden que aquello que no se abre, no se expresa y no se procesa, luego quema adentro nuestro hasta dañarnos.

Recuperar el camino del corazón no solo es dejar de lado el miedo a abrirnos, sino que es hacerle espacio a la confianza, al compromiso y a la intimidad compartida. Y esto se puede hacer a diario, despacio, con paciencia, dándonos todo el tiempo que necesitemos para poder volver a confiar en que la sabiduría que necesitamos para vivir plenos está en el corazón. Para contar con la energía que nos permita quebrarnos sin destruirnos y no sentirnos tan agitados aun cuando las cosas van mal.

En nuestra historia, creamos imágenes desvalorizadas de nosotros mismos que luego creemos (y, a veces, sostenemos para toda la vida). Opiniones de otros que no desaparecen con el simple paso del tiempo. Así es que nuestras vidas transcurren más como una especie de película: somos el personaje que encarna las historias que nos contaron sobre nosotros. Cuando nos damos cuenta de que somos mucho más que esto, recordamos el “corazón espiritual”, ese vasto vacío rebosante de vida que se siente como la verdad más profunda. Y crece la capacidad para mirar el mundo con una perspectiva abierta y amorosa. Y, a la vez, para mirarnos a nosotros mismos sin juicios ni desvalorizaciones.

Finalmente, sabemos que, viviendo desde el corazón, no hay fronteras. En lugar de sentirnos solos, nos sentimos formando parte de Todo. La vida nos sostiene entre sus manos. Y dejamos de sentirnos extranjeros para sentirnos en casa, estemos a donde estemos.

Hay un lugar en el corazón donde todo se encuentra.

Ve allí si quieres encontrarme.

Mente, sentidos, alma, eternidad, todo está ahí.

¿Está ahí?

Entra en el cuenco de inmensidad que es el corazón.

Entrégate a ello con total abandono.

Hay un éxtasis tranquilo y una sensación constante y majestuosa de descansar en un lugar perfecto.”

—The Radiance Sutras, Lorin Roche, PhD.